Pride: el poder del apretón de manos

Los años 80 no fueron un período fácil para muchos en Gran Bretaña. Ya conocemos gracias a películas como Billy Elliot que uno de los méritos de Margaret Thatcher fue crearse enemigos, entre ellos, los mineros ingleses y el colectivo homosexual. Pride (2014), de Matthew Warchus, retoma esta agria lucha pero escoge un momento muy curioso y desconocido de la historia que, de tan ideal, parece incluso ficticio: la asociación entre la causa de los mineros y los homosexuales.

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LGSM: Lesbianas y gays apoyan a los mineros

En pleno verano de 1984, durante la huelga convocada por el Sindicato Nacional de Mineros, un grupo de gays y lesbianas decide apoyar la causa y recaudar fondos para las familias de los mineros. Este grupo está compuesto, entre otros, por Mark (Ben Schnetzer), el líder carismático implicado con todas las causas; Jonathan (Dominic West) que ya parece estar de vuelta de todo, Joe (George Mackay) un joven que acaba de salir del armario y que vive una vida paralela con su familia, Gethin (Andrew Scott), que lleva años sin ver a una madre que no acepta su orientación sexual y Sthep (Faye Marsay) la L se LGSM que no ha encontrado el amor.

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Aunque en ningún caso se trata de una tragedia, Pride enfrenta al espectador a la dura realidad de la época y la compleja situación de los gays y las lesbianas. El primer encontronazo con los prejuicios hacia este colectivo viene de la mano del Sindicato de Mineros, que se niega en redondo a recibir el dinero que LGSM ha recaudado para ellos. Después, vemos cómo del ámbito legal al familiar la vida de este grupo de jóvenes es tremendamente complicada debido a la discriminación que sufren.

A pesar de las dificultades, LGSM no se rinde y decide buscar un pueblecito aleatorio de Gales para ofrecerle directamente su recaudación. No obstante, la parte económica no es la más relevante, como dice Dai Donovan (Paddy Considine) en un emotivo primer discurso: “sobre todo, os habéis ofrecido amistad y eso es lo más importante cuando te enfrentas a un enemigo que es más grande y más fuerte que tú”.

El cine del buen rollo

Pride hereda el tono buenrrollero y alegre de la feel-good movie británica. Con un planteamiento algo naif la cinta utiliza como excusa el conflicto político-social de mineros y homosexuales en la Inglaterra de los 80 para transmitir de manera esquemática y emotiva la premisa “la unión hace la fuerza”.

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A través de la ironía y el juego, que aparecen para desinflar las secuencias más tensas, consigue sobrevivir al peligroso flirteo con los clichés de género. Y es que la película no evita los tópicos a toda costa sino que los aprovecha en su propio beneficio. Como explica Mike, la clave está en coger el insulto y apropiárselo.

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La música (clave en la vida política de aquellos años) es el ingrediente secreto que utiliza Matthew Warchus para alimentar el buen rollo de esta comedia. El largometraje comienza con Love and Pride de King y a lo largo de la trama nos hace querer bailar, llorar y luchar a través de otros éxitos del pop y la música tradicional galesa y el movimiento obrero con ejemplos como el poema Bread and Roses interpretada a coro por todo el pueblo o la versión de Billy Bragg de la épica There is power in a Union (desde luego, para soltar la lagrimilla en más de una ocasión).

Un buen reparto

Esta historia coral narra sin exageraciones ni excentricidades el chque cultural entre los mineros y los urbanitas homosexuales interpretados por un elenco con un encanto único. Los más veteranos como Bill Nighy, Dominic West o Imelda Staunton combinan su deliciosa interpretación con la de jóvenes incorporaciones como George MacKay y Faye Marsay, que a pesar de su juventud, ya apuntan maneras.

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Pride define a los personajes del pueblo a partir de su relación con el grupo de huéspedes. Mientras Hefina (interpretada por la genial Imelda Staunton) representa la voz de la experiencia y la sabiduría que es capaz de aceptar a los chicos desde el principio sin juzgarlos, Maureen (Lisa Palfrey) encarna la idea de los prejuicios y el conservadurismo caduco y conspira y observa los acontecimientos desde detrás de las oscuras cortinas de su casa como una sombra.

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Por otro lado, una gran parte del pueblo goza de la impunidad de los niños que son irrespetuosos por desconocimiento y falta de experiencia. Esta inocencia da lugar a cómicas situaciones y a dudas disparatadas que juegan con las expectativas y nos hacen confrontar nuestros propios prejuicios. Un ejemplo es Gwen (Menna Trussler), un personaje lleno de ternura que en un momento dado se pregunta inquieta si realmente todas las lesbianas son vegetarianas.

El apretón de manos contra un enemigo común

El film se apoya en el espíritu del apretón de manos, el hombro con hombro y el trabajo en equipo. De hecho, Mark convence a sus colegas de comenzar esta gesta con una pregunta “¿Quién odia a los mineros? Thatcher, la poli y la prensa escrita, ¡como a nosotros!”. Ya en la primera visita al pueblo vemos como los habitantes de Onllwyn comienzan a comprender que sus invitados son sus amigos cuando éstos les informan, basándose en la experiencia de su propia lucha, de que la policía no puede retenerlos sin más.

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Los medios de comunicación tampoco salen bien parados en el filme, Dai reflexiona con escepticismo y dureza sobre lo que la prensa publica de los gays “si no me creo que lo que dicen de nosotros, por qué me iba a creer lo que dicen de ellos”. Al final, se reconoce que son una herramienta que en función de quién la dirija (Maureen con su denuncia o LGSM promocionando su concierto) puede tener unos efectos u otros.

En definitiva se trata de una película nostálgica sin grandes ambiciones que busca la sonrisa y la mirada cómplice con la sinceridad de sus personajes. Pride contagia buen rollo y nos recuerda que el hermanamiento de causas diversas es una necesidad que puede tener resultados increíbles. Se trata de una película que quiere gustar y (casi siempre) lo consigue.  Pride_ La_Maleta_de Irene_Buj.6

Fotos: Calamity Films

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